sábado, 5 de mayo de 2018

HOY EL DESAFÍO ES ENMADRARNOS

Antonio e Isabel tienen dos hijos de 6 y 7 años.

*EL MEJOR REGALO PARA UNA MADRE*

Según se acercaba esta celebración tan especial del día de la madre, pensaba que llevo ya diez años sin hacer ningún regalo a la mía, pues ya hace ese tiempo que no está entre nosotros. 
Y mientras me exprimía el cerebro para sorprender a mi mujer, me preguntaba: *¿qué le haría ilusión a mi madre?* 
Hay algo que, como toda madre, siempre nos decía: que si la queríamos a ella de verdad, nos quisiéramos entre los hermanos; ese era el mejor regalo para ella.
Vaya sorpresa al leer el Evangelio y descubrir que, de algún modo, se parece a lo que nos dice Jesús en la Última Cena.
“Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado”. 
En mi vida, después de mi mujer, si hay un amor que yo pueda identificar con el de Cristo… es el de mi madre. Con todos sus defectos, con la carga de egoísmo que todos llevamos, su vida, su pensamiento y su oración éramos nosotros. 
Cuando ya estaba malita, mi madre nos cogía uno a uno a los hermanos y nos interpelaba: “¿Me quieres? ¿Eres feliz? ¿Vas a ser buena persona?” Y en mi caso, que estaba a punto de casarme: “¿Vas a ser un buen marido? Mira que voy a rezar siempre por ti…”
 Lo mismo te pregunta Jesús, como a Pedro: “¿Me amas?”. Y añade: “Apacienta mis corderos”. Cómo si dijera: si me amas, ama la familia que te he dado. Ama como yo te amo. 

Por eso, *hoy el desafío en familia* es enmadrarnos. Tomar conciencia de la tremenda vocación que Dios nos ha dado: hemos sido creados por amor y para amar. 
Si eres madre, estás llamada a algo muy grande. Dios te quiere tanto que te da el regalo de amar como Él ama. “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”. 
Eres madre. Has dado vida, y Dios quiere que sigas dándola. No sólo damos la vida física a nuestros hijos, les damos la vida del cielo, que es mucho más. Les enseñamos a amar, a entregarse por los demás, a encontrar a su vez su propia vocación.
Eres madre. Eres el rostro del amor de Dios para tus hijos. El amor que ama primero, incondicionalmente, con alegría, sin cansarse, sin llevar cuentas del mal.
Y los que no somos madres también estamos llamados a compartir parte de esa fecundidad, de ese amor como el de Cristo, como el de María, la Madre del Amor Hermoso.
Pero amar con el amor de Cristo no es una cuestión de esforzarse más, sino de pegarse más a Él, estar más enmadrados de Él. Pídele que te llene de su Espíritu, que te encienda con su fuego de amor. Dile muchas veces, como su Madre, “Hágase en mí según tu palabra”. Pídeselo a Ella, que, como buena madre, siempre se sale con la suya.



No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.