sábado, 26 de septiembre de 2020

HOY EL DESAFÍO ES DEJAR QUE DIOS SEA DIOS

Antonio e Isabel tienen tres hijos de uno, ocho y nueve años.

¿QUÉ VA A SER DE MIS HIJOS?

A todos los padres nos asalta esa pregunta angustiosa. Pienso en mis propios padres, que criaron cinco hijos, que se estrenaron con trillizos (yo era el segundo), y encima el que iba después de mí venía con parálisis cerebral… Lo que tuvieron que sufrir ellos: noches sin dormir, médicos para sacar adelante a mi hermano, la lucha diaria para que no nos peleásemos… 

Pero sobre todo, el temor por que saliésemos adelante, que encontrásemos nuestra vocación, que fuésemos buenas personas. Después he sabido que mi madre rezaba todos los días un misterio del Rosario por cada uno de sus cinco hijos. 

Al final, los años ponen esas preocupaciones en su sitio. Nada sale como los padres planeamos. Sale como Dios quiere… y como quiera cada hijo con su libertad.

A veces caemos en la tentación de quitarle el sitio a Dios. Tenemos el deber de educar a nuestros hijos, pero eso no nos da el derecho a juzgarlos, y mucho menos a condenarlos. Porque sólo Dios ve su futuro y sólo Él puede salvarlos y hacerlos felices. El Evangelio de hoy nos recuerda lo que nos parecemos a los fariseos en eso: las prostitutas y los publicanos nos pueden adelantar si vamos por ahí mirando la paja en la vida ajena y no la viga en la nuestra. 

Por eso hoy el desafío en familia es creer en nuestros hijos, nuestros hermanos, nuestro esposo... Y dejar el juicio y la salvación en manos de Dios. Piensa en la mirada más animante, confiada  y orgullosa de ti que hayas recibido nunca. La que te descubrió lo que vales, la que te puso en camino o te afianzó en tu vocación, la que te curó cuando estabas enfermo o desesperado. Esa es la mirada de Dios. Aunque también nuestra mirada de padres puede ser un reflejo de ella. 



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