María y Álvaro tienen dos hijos de cuatro y dos años.
EDUCAR ES UN RIESGO
En medio de clase (es lo que tiene ser profe de educación física) una alumna le dio una patada a un balón que yo, a dos metros, paré con la cara.
Después del momento de dolor, humillación y mucho cariño por parte de mis alumnos, me surgían varios pensamientos.
Por un lado, qué débiles somos. Ahora estoy tan campante, tan figura de autoridad, y al momento siguiente estoy en el suelo, gafas rotas y la cara hecha un cuadro.
Y el miércoles de ceniza ha sido reflejo de esto para mí: polvo eres y en polvo te convertirás.
Y por otro: se acabaron los balones de baloncesto. Qué salida tan fácil y tan pobre a mi situación de fragilidad y de miedo. Esto me ha hecho pensar mucho en cómo a veces con nuestros hijos es más fácil que no pinten, porque así no manchan, que no jueguen, porque así no desordenan, que no discutamos con ellos, porque así no nos dan balonazos emocionales. Y en el fondo, no tengamos hijos, porque nos van a llover balonazos.
Igual que a mis alumnos les volví a sacar los balones al día siguiente, el Señor nos pide que salgamos a la pista todos los días. Al encuentro con nuestros hijos, con el cónyuge, con todos los riesgos y todas las riquezas. Porque educar es un riesgo que merece la pena.
Y por eso el desafío de hoy es jugársela, es tener esas conversaciones, hacer esas actividades, entregar la vida en la pista, con la confianza de que Dios sacará un bien de cualquier realidad.
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