*MAMÁ, DÉJAME RESPIRAR*
"En cuanto lleguemos a casa, te vas corriendo a la ducha y yo preparo la cena" o "Derecho a hacer los deberes que yo tengo que poner una lavadora", afirmaciones como esas son el pan nuestro de cada día en casa. A veces tengo tal agobio que empiezo a organizar la llegada desde el ascensor o desde la calle, como si se tratara del desembarco de Normandía, y transmito una tensión innecesaria al resto de la familia. Mi hijo responde con frases tipo: "Déjame llegar" o "Déjame respirar" que yo no sé gestionar como debiera. Muchos días las prisas acaban en una discusión y llegamos a la cena con pocas ganas de hablar.
Seguramente porque es lo que necesito, el Señor me hacía ver en el Evangelio de hoy la calma con la que se dirige a sus discípulos. No perdían ni un minuto, pero tampoco se dejaban avasallar por las prisas. Cuando Jesús le pide a Pedro que eche las redes y él replica, el Señor no lo corta y le contesta: "A ver, Pedro, que no te enteras, obedece que yo sé lo que me hago". Seguro que lo miró con cariño, o suspiró y le dio unos segundos para rectificar. Tuvo paciencia, le dio espacio, y Pedro respondió bien.
Con frecuencia, seguro que sin mala intención, nos dejamos llevar por la urgencia en familia y nos perdemos lo mejor, la tranquilidad y la calma que se disfruta con las personas más queridas.
Esta semana *el desafío en familia* es que "pierdas un poco de tiempo" con cada uno de los miembros de tu familia, tres o cuatro minutos, no más. Pregúntale a tu marido o a tu mujer qué tal el día con calma, poniendo los cinco sentidos mientras te contesta. Explícale a tu hijo o a tu hija alguna cosa sin prisas. Llama a tus padres o a un amigo sólo para preguntarles qué tal están. El amor se asfixia con la exigencia y necesita tiempo gratuito para crecer, verás que la inversión merece la pena. ¡Feliz domingo!
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